Wednesday, March 5, 2014

Gol. Capítulo 27


Capítulo 27

Lou miró sobre su hombro con un solo ojo abierto. La habitación estaba extremadamente oscura, el día anterior había recordado despertar ante los rayos de sol que se colaban por las cortinas que ella misma había corrido con pereza. Volvió a poner la cabeza sobre la almohada y al hacerlo no pudo olvidar recordar aquellas veces en que había despertado con cierto argentino a su lado, generalmente con su brazo sobre su cintura o en ocasiones era él quien amanecía con su cabeza sobre el hombro de ella. Siempre se despertaban ante una sonrisa o una broma. O ambas…
Mientras esperaba a que su mente funcionara de manera clara, la chica respiró hondo y puso atención al leve caer de algo sobre el vidrio, se levantó y con pies descalzos caminó hasta la ventana, la movió un poco y vio la plaza debajo de ella, a lo lejos, la plaza se cubría de nieve que aún no dejaba de caer. Aun con el frío invernal que estaba haciendo el día anterior, el clima parecía seco y el sol se veía brillante, la chica no comprendió del todo que sucedía, pero se sintió alegre.
Pronto estuvo en uno de los restaurantes del hotel en una mesa para dos con mantel dorado y cómodas sillas de aspecto moderno. Con el cabello rizado solo en las puntas y un vestido color gris que le llegaba sobre la rodilla, medias y abrigo largos le color blanco la chica buscó en su bolso, donde llevaba además un gorro de tejido color negro y una bufanda café claro. La chica buscaba su teléfono pero no lograba encontrarlo cuando Bárbara se sentó frente a ella. La mujer llevaba el cabello rojo recogido en una elegante trenza que formaba una especie de chongo en la parte de su nuca; con los pantalones de color negro y una blusa azul debajo de su gabardina negra. Estaba sonriente y Lou no pudo evitar sonreírle de vuelta a su tía.
-¿Sigues con el teléfono? – preguntó de buen humor, como a manera de broma.
-He recibido un mensaje de Mariana, no quiero que me llamé y yo no le conteste. – explicó con serenidad. El mesero puso la carta frente a Bárbara y ella le dio una ojeada rápida antes de volver a poner la vista en la chica, ambas se miraron un par de segundos. - ¿ya sabes que vas a pedir? – dijo la castaña con la mano aún dentro de su bolso.
-Sí. – respondió la pelirroja.
Después del desayuno y la conversación acerca de festividades pasadas, las dos mujeres decidieron ir a dar un vistazo a alguna iglesia, el par nunca había asistido a ninguna misa en aquel país y por lo tanto no tenían ni idea de a donde podrían ir a escuchar una. Mientras vagaban por la calle el teléfono de Bárbara comenzó a sonar, para completa decepción de Lou, quien miro rápidamente la pantalla de su móvil inútilmente.
No importaba en realidad, para cuándo las dos salieron de la iglesia a Lou se le había olvidado por completo que llevaba el teléfono en el bolso y para hacer las cosas aún más interesantes, Bárbara influyó en su sobrina, emocionándola con la caída de nieve que se antojaba interminable, claro, Lou sabía que no era interminable, pero podía mantener la mirada fija en los pequeños trocitos de nieve que caía desde el cielo.
-No los toques. – le dijo Bárbara, haciendo que bajara la mano.
Estaban de pie afuera de una iglesia enorme con apariencia renacentista, a no ser por los autos que pasaban rodeando la plaza que rodeaba a la iglesia, Lou habría pensado que había viajado al pasado. La gente pasaba como si nada, eran pocos los turistas que se detenían a hacerse fotos con la enorme construcción de piedra de la intrincada fachada de la Iglesia cubierta por la espesa capa de nieve. Algunos hombres con palar trabajaban en intentar quitar la nieve aunque fuera para dejar un par de caminos libres para que la gente pasara, pero era inútil. Bárbara sonrió y sacó su cámara, tomándose una foto con su sobrina, que en aquellos momentos se volvía a sentir como una niña. Como la niña que había sido la primera vez que su tía le mostró la nieve.
Habían viajado a Nueva York por el empleo de la pelirroja, tenía que haber ido sola, pero desde ese entonces se podía predecir que las cosas entre la entonces pequeña Lou con su madre no terminarían del todo bien, a pesar de asemejarse en casi todos los aspectos, así que Bárbara con el permiso de su hermana se llevó a la niña fuera del país. Con su primer viaje fuera de México la niña había estado mucho menos que impresionada, había odiado cada segundo del trayecto en avión y le juró a Bárbara que no volvería a subirse a un avión nunca más. Al crecer, había quedado claro que la opinión de la niña había cambiado, lo que a la pelirroja no le sorprendió. En aquella ocasión que visitaron Nueva York, la mujer había tenido un par de juntas y tareas muy simples que le habían dejado suficiente tiempo para pasar un día entero paseando por las calles de la gran manzana con su sobrina a quien quería como si fuera su propia hija. En medio de su trayecto entre las tiendas, luces, escaparates y demás anuncios, un trocito de polvo blanquecino le había caído a la niña en la cabeza, rápidamente se había comenzado a derretir, sintiendo el frío líquido sobre su cabeza Lou con sus manos mucho más pequeñas entonces, se palpó la cabeza, encontrando el trozo de agua congelada. Ambas habían mirado hacia arriba y se habían maravillado con la ligera lluvia congelada que comenzaba a caer sobre sus cabezas. Bárbara se apresuró a ponerle a la niña sus guantes y gorro. En cualquier caso ninguna de las dos era propensa a enfermar, pero la mujer no correría el riesgo de que su hermana se molestara por un resfriado.
Tras una pequeña sesión de fotos en la nieve las dos mujeres fueron hasta una cafetería que Mari le había recomendado a Lou, allí tomaron té caliente y comieron unos baguettes deliciosos.
Poco después de que las dos mujeres volvieron al hotel supieron que la mayoría de los locales estaba ya cerrando, en Italia ya se empezarían las festividades. Bárbara abrazó a su sobrina con cariño y la dejó para que se alistara un poco para su fiesta de Navidad en casa de Kaká y Mariana. Lou no sabía si estaba más feliz de haber seguido las instrucciones de su tía y pasar con ella unos días, por haberse encontrado con su amiga de nuevo después de un par de meses de hablar por Skype como si sus vidas dependieran de ello o por ver a Gonzalo.
Tras retocarse el maquillaje en el espejo y asegurarse de que su cámara estaba cargada y tenía memoria, Lou miró una fotografía que llevaba en la cartera, en ella salía con sus amigos en la fiesta de cumpleaños de Ceci. Había sido en Noviembre, hacía poco más de un año, todos sus amigos estaban allí. Todos quienes importaban. Mando un mensaje de texto a cada uno de ellos, tomándose su tiempo, en unos cuarenta minutos ya había terminado y algunos ya comenzaban a responder. La primera había sido Ceci, por supuesto.
Al coger su llave de la habitación y su bolso, Lou apagó la luz y se dio cuenta que estaba feliz por todo. La pelirroja que la había llevado hasta allí, siempre tenía razón y estaba feliz. Feliz de verdad. Como hacía mucho que no lo había estado.




La cena en casa de Mariana y Kaká había comenzado espectacularmente, la familia de Kaká estaba allí y todos conversaban en la sala. Para bien o para mal, todos querían la atención de Mariana, de quién poco sabían. Mientras que la familia de la chica no había podido hacer el viaje, esa mañana habían charlado animadamente por medio del Skype, Mari comenzaba a preguntarse qué sería de su vida sin el internet. ¿Cuánto tiempo tardaría su familia en tener noticias de ella? Seguramente que para cuando les llegaran noticias del embarazo de la chica, los bebés ya habrían nacido…

Kaká, por su parte, intentaba mantener a su familia a raya. Él sabía que a su mujer ya le comenzaba a cansar que todo el mundo quisiera tocarle la barriga, las primeras diez personas habían sido recibidas con una sonrisa y algún comentario acerca de los niños que crecían en su vientre, pero en esos momentos, tras haber sido tocada por toda la familia del jugador Mariana aceptaba cortésmente y nada más las manos que insistentes se posaban sobre su abultado vientre.
En su mayoría había familiares, pero también un par de amigos Italianos del jugador estaban allí, entre los cuales, algunos de lo que el hogar les quedaba demasiado lejano como para hacer un viaje de tres días.
Higuaín en verdad se había preguntado su era buena idea asistir a la fiesta de Navidad de sus amigos, pero Mariana y Bárbara le habían insistido que lo hiciera y a pesar de no lucir muy complacida, Lou no se mostró molesta por la insistencia de su tía con el jugador. Hacía un par de meses que al delantero le parecía que la chef le estaba ayudando, no era secreto, pero demasiado. Mientras la nutrióloga le comentaba algo a su amiga ésta no tardaba en contarle a Gonzalo. Además que Bárbara había tenido una especial insistencia en contactarlo para saber –como ella misma lo había puesto – qué mierda había sucedido entre él y su “hija”. Gonzalo no estaba consciente si la chica sabía que Bárbara hablaba de ella como su hija, pero no le sorprendió, sabía la historia y aunque nunca hubiera hablado con la mujer, sabía cómo y de qué manera tratarla.
En cuanto a Bárbara y Lou, las dos habían llegado puntuales, sin lugar a dudas Mariana estaba encantada con la presencia de ambas y no tardó en poner a Lou en el sofá cerca de una de las tías de Kaká que le había sido presentada el día de su boda a ambas. A su derecha la mujer de cabellos oscuros, hermana del padre de Kaká comenzaba a conversar con la nutrióloga haciéndole toda clase de preguntas acerca de su “emocionante” empleo en un “equipo de primera categoría”. Lou sonrió de manera cordial, pero a su izquierda Gonzalo estaba sentado cerca de ella e hizo gesto de reírse por lo bajo, nadie más lo notó, pero la nutrióloga conocía muy bien al hombre y lo notó antes de que sucediera. Era un comentario un poco desafortunado para alguien cuyo sobrino trabaja precisamente en el fútbol.

-Bueno, no es tan emocionante trabajar con equipos de primera división. – dijo Lou, marcando la última palabra como para hacer hincapié de manera educada. – lo más emocionante de mi empleo ha sido manejar la báscula especial de dos metros sin romperla. – le confió a la mujer que sonrió aunque era obvio que no conocía el aparato enorme que arrojaba todos los datos a la nutrióloga sin que ella tuviera que hacer cálculos para obtener el porcentaje de masa, músculo y agua, que además servía para medir la altura de los hombres.

-Pero te dan boletos para todos los partidos, ¿no? – preguntó el esposo de la mujer con la que Lou estaba conversando, Gonzalo inmerso en otra conversación acerca de caminos y autos en realidad ya no escuchaba lo que su amigo le decía, sino que disimulaba mientras escuchaba la conversación que se llevaba a cabo a su derecha.

-¡Ah, sí! – La chica sonrió – Eso si es espectacular. Yo siempre he amado la premier league y ver los partidos en vivo es en verdad especial para mí.

-Además tu novio es un jugador excelente. – le dijo al mujer, mientras su marido ponía los ojos en blanco y murmuraba “mujeres”.

Lou sonrió y asintió, incomodándose un poco, para su suerte en ese momento, su celular comenzó a sonar, al mirar la pantalla encenderse fue hasta la terraza, aunque estaba techada, tuvo que abrazarse envuelta en el abrigo que se había puesto desde temprano.

Al contestar, miró a su hermano en la pantalla de su teléfono, estaba feliz y se notaba en su rostro, detrás de él, estaba lo que ella pensó que era la sala de la casa de su madre, algunos miembros de la familia detrás de él. Unos minutos después se dio cuenta de que era la casa de uno de sus tíos, al parecer su familia tampoco pasaba la navidad en casa.
-¿Dónde están? – preguntó finalmente, después de que su familia terminó de gritar y vitorear.

-¿No reconoces el lugar? Es la casa del tío Santiago. – dijo risueño. – Estamos en Yucatán, ¿Dónde más? – agregó.

Unos minutos después toda su familia le grito un feliz navidad, allá eran las cinco de la tarde, mientras que en Milán eran las doce de la noche, así que aún no estaba la familia entera, pero quienes estaban con su hermano le mandaron sus buenos deseos para la fiesta.

Pronto, Lou se guardó el móvil en un bolsillo del abrigo y frotó sus manos buscando calor mientras se inclinaba sobre la orilla de la terraza. La casa de su amiga era en verdad cómoda, tenía varias habitaciones extra que en ese momento usaba para alojar a la familia de Kaká, una cocina amplia con todos los utensilios que la chef pudiera necesitar, un jardín grande con un par de árboles y arbustos, la sala era como todas las habitaciones de la casa, muy grande y amueblada con un estilo moderno y elegante. El comedor estaba listo desde temprano, la mesa larga y las sillas alrededor estaban listas para que se iniciara la cena, pero Mari había retenido su pavo relleno en el horno hasta que estuvo perfecto y así acompañar su ensalada y su –recientemente creada- receta de aderezo ligero con bálsamo de manzana, vinagreta y su “ingrediente secreto”. Lou en ese momento admiraba el jardín, había poca luz pero le agradó la vista de la nieve que no había dejado de caer en todo el día, aunque ahora estaba apenas cayendo del cielo.

El teléfono de la chica comenzó a sonar de nuevo, aunque ahora reconoció el tema.

“Oh I just wanna take you anywhere that you like, We can go out any day any night,
Baby I'll take you there, take you there, Baby I'll take y-“

Con torpeza a causa de los dedos fríos sacó su celular y contestó sin mirar la pantalla, por fin escuchando la voz de su novio. Lukas sonaba alegre, aunque había pasado los últimos dos días dándole una lección de cómo ignorar a alguien completamente, la chica sonrió y lo saludó.
Conversaron unos minutos y luego puso a su hijo al teléfono, el pequeño sonaba emocionado, era obvio que sus padres le habían prometido más de un juguete para la festividad.
Finalmente, la chica se despedía de Lukas cuando la puerta corrediza detrás de ella se abrió y un rostro ajetreado se asomó hacía afuera, él hizo ademán de irse, pero Lou le indicó con la mano que no había problema. Con el teléfono aún pegado al oído miró de reojo a Gonzalo, que se recargaba sobre la orilla opuesta de la terraza. Llevaba puesta una bufanda beige alrededor del cuello y metida en la chaqueta gruesa de color negro. Adentró de la casa no hacía frío y era obvio que había tenido toda la intención de salir.

-Sí, en año nuevo lo veré. En España…Ya sabes que sí. – sonrió aunque no parecía que le causara mucha gracia. – Te veo pasado mañana. Feliz navidad. Adiós. – colgó el teléfono y lo guardó en su bolsillo de nuevo, escondiendo las manos en ellos.

-¿Frío no? – dijo Gonzalo.

-Ja, sí. – dijo ella. – Aunque esta mejor que allá adentro. – Gonzalo la miró atento. – Demasiada charla. – explicó.

-¿Qué te incomoda de eso? – preguntó Gonzalo.

-Sabes que no me gusta cuando la gente se mete en mis asuntos. ¿Tú qué haces afuera? – notó el aliento blanco que aparecía frente a ella cuando hablaba. Estaba helando, aún con el abrigo y el suéter que se había puesto debajo tenía frío. Encogió los hombros y miró a Gonzalo. – Tampoco es cómo que aquí sea mucho más cómodo que allá adentro. – Alargó las manos hacía el frente, haciendo referencia al clima.

Gonzalo notó que sus manos estaban pálidas y recordó que su ex no era una mujer acostumbrada a las temperaturas por debajo de los 2° C.

-No te mentiré. Mariana me insistió en que saliera antes de que su concuña me empezara a preguntar sobre mi nueva novia. Dice es muy…comunicativa.

Lou se rio un poco, pero no sintió en verdad ganas de ello, fue más bien cómo para aligerar el sentimiento que en el momento en que Gonzalo había dicho la palabra “novia” le había invadido.

-Y lo es.

-Curioso…yo no tengo novia. – respondió. Como para contestar a la pregunta que la chica no quería preguntar. – Ven acá, tiemblas peor que uno de esos perros pequeños. – le dijo.

Gonzalo le puso una mano en el brazo – notando las capas de ropa que la chica se había puesto – y la paso de su antebrazo hasta su mano. Lou notó la calidez de sus manos y se sorprendió al darse cuenta de lo frías que estaban las suyas. De cualquier manera, no dijo nada, pues en verdad que tenía frío. Se había criado en lugares cálidos y en cualquier lugar donde hiciera demasiado frío llevaba ropa mucho más abrigadora que la que su tía le había aconsejado empacar para la festividad en Italia.
Por un breve momento se distrajo pensando que tal vez aquello había sido una conspiración de su tía para que se encontrara en esa situación con el argentino.
Cuando volvió a la realidad, Gonzalo miraba sus manos entre las suyas. Lou se había pintado las uñas de color azul, el mismo tono que el que usaba el equipo para el cual trabajaba entonces. Él no dijo nada pero parecía divertido cuando lo notó. Le frotó las manos entre las suyas y le miró el rostro.

-¡Dios! ¡Pero si está helando! – dijo ella, mientras intentaba mantener la compostura ante el clima en que se encontraban.

-Dale, si quieres permanecer lejos de la charla trivial tienes que aguantarte. – le dijo Gonzalo con una sonrisa de lado en el rostro.

-¿Cómo es que tú no tienes frío? – le preguntó con una ceja alzada. Cualquier intento del jugador para ayudarle a calentar sus manos sólo lograba en el mejor caso entibiarle las palmas.

-¿En serio? – él preguntó, con una sonrisa entera en el rostro. - ¿No era que habías estudiado en Paris?

-Un tiempo… - respondió ella, recordando los suéteres, blusas térmicas, chamarras y demás prendas que usaba durante el invierno.

-Y nunca has ido a Argentina. Te lo he dicho, tendrías que visitar el país.

Ambos se quedaron en silencio un par de minutos más, Lou aún sentía frío y sus manos por más que Gonzalo las tuviera entre las suyas no ayudaban nada en calentarlas. Ella miró hacia sus zapatos, llevaba botas y eran probablemente sus pies la única parte de su cuerpo que no se estaba volviendo morada a causa del frío; pensó.

-Vale, ven acá. – Gonzalo la soltó y abrió los brazos como si fuera a abrazarla en cuanto ella se acercara. Lou lo miró extrañada, no comprendía y al notarlo él, fue hacía ella, bajando el cierre de su chaqueta. A juzgar por sus mejillas un tanto coloradas, su elección de vestimenta había sido mejor que la de la chica. Ella se quedó de pie con las manos a ambos lados de su cuerpo sin querer decir nada ni mostrando indicios de moverse tampoco. – Ven, un abrazo te hará bien. – Ella miró hacía la puerta corrediza y se lo pensó. – A menos, claro…que quieras contarle a esa prima de Kaká más acerca de tu flamante novio.

Lou miró al argentino y no dudó que la mujer volvería a         tener deseos de conversar sobre su novio antes que preguntarle algo sobre las calorías que estaba a punto de consumir, pregunta que le haría mucha más gracia contestar.

-Es su tía. – dijo dando un paso hacia adelante, cediendo finalmente ante el frío.

Gonzalo abrió los brazos y ella pasó sus manos alrededor de la cintura del argentino por adentro de la chaqueta, él rápidamente la rodea con sus brazos y aunque en un primer instante percibió las manos completamente frías de la chica sobre su espalda, éstas comenzaron a calentarse más rápidamente que antes.

-No pensé que tuvieras razón. – le dijo la chica. – Pero esto está mucho mejor.

Él no podía verlo solo podía percibirlo por su tono de voz, la chica sonreía con satisfacción, al fin se deshacía del frío. Claro, tampoco le hacía mal estar abrazada a un hombre alto y guapo.

Llevaban unos minutos abrazados de aquella manera, charlaban acerca de cualquier cosa, como lo hacían un año atrás, poco después de conocerse. Gonzalo se había recargado de espaldas en una pared cerca del barandal de concreto que se encontraba al borde de la terraza.

-¡Ay, por favor! Tu nunca has podido con el vino tinto… ¡te caes después de dos copas! – le arguyó Gonzalo con una sonrisa, el tema del vino le causaba mucha gracia, en especial cuando involucraba a la nutrióloga.

-Tampoco soy tan ligera… yo diría que con tres me caigo. – repuso ella.

-Sí, claro… - dijo él.

Lou miró hacia arriba separando un poco la cabeza del pecho de Gonzalo y abrió la boca para decir algo a un Gonzalo de apariencia divertida, con una pequeña sonrisa en el rostro y las cejas ligeramente alzadas. En ese momento fue interrumpida por Kaká, que asomaba la cabeza por las puertas corredizas y habló claramente aunque un poco alejado del par. Les lanzó una mirada de desconcierto antes de comunicarles que la cena sería servida en ese momento.

-…Tal vez quieran entrar ya, estamos a punto de cenar.

Lou se puso colorada un jitomate, pero no logró apartarse de Gonzalo, quien sonrió y asintió.

-Ahora vamos. – dijo a su amigo, quien sonrió también y asintió.

Ambos se miraron el uno al otro y en silencio se apartaron el uno del otro, Gonzalo ni siquiera de molestó en volver a subir el cierre de su chaqueta, siguió la chica, abriéndole la puerta y dejándola entrar primero.
En la calidez del hogar de sus amigos, Lou se sacó el abrigo y lo colgó en el gancho de la entrada antes de caminar apresuradamente a la sala, donde ya solamente estaba Kaká recogiendo un par de vasos y llevándolos a la cocina.
Gonzalo detrás de ella miró a Kaká y ambos escucharon cuando él les dijo que fueran con los demás al comedor. Sin decir más, ambos fueron a donde les había indicado y se encontraron con una mesa llena de personas, los únicos puestos que podían ocupar serían los de la orilla. Un par de sitios, uno al lado del otro, pues la cabecera de la mesa sería para Kaká y a su lado en el otro puesto vació seguramente se sentaría Mariana quien pronto entraría con unos platos en sus manos.

-Siéntate, iré a ayudar a Mari. – dijo Lou apresuradamente, miró a Gonzalo y le dio una palmaditas en el hombro antes de arremangarse el suéter y caminar cómo lo hacía, moviendo las caderas. – Vamos, ayúdame también. – le indico a su tía pelirroja que estaba en ese momento sentada al lado de la concuña de Mariana.

Pronto Mari estuvo sentada en la mesa con el platillo principal en el centro de la mesa. En realidad eran dos pavos rellenos con una receta propia basada en la cocina de Brasil.
La chica había preparado una cena especial, aunque no muy pesada, con ayuda de la nutrióloga se las habían arreglado para preparar una cena relativamente saludable. Al menos, la comida no estaba rebosando de grasas trans.

Transcurridos un par de minutos con la cena sobre la mesa, todos brindaron y comenzaron a charlar sobre cualquier cosa, los temas favoritos en la mesa eran las recientes mudanzas de algunos de los que estaban sentados ante ésta. Lou y Gonzalo hablaban cómodamente acerca de los últimos capítulos de American Horror Story. Bárbara se aclaró la garganta y los más cercanos a ella en la mesa la miraron, pensando que quería hablar.
Lou alzó una ceja finamente maquillada y miró con sus ojos oscuros a la pelirroja que daba un sorbo a su copa de vino tinto.

-Había algo que iba a contarles, ¿cierto? – dijo la mujer, cogiendo con el tenedor un poco de pavo y llevándoselo a la boca sin mirar a los jóvenes frente a ella.

-Algo sobre tu novio. – dijo Lou, que se sentía intrigada, pero que de momento había olvidado el tema. Ahora que su tía les proponía contarles acerca de aquel tema, la chica no se opondría.

Siempre había estado la duda acerca de por qué la tía Bárbara, siendo una mujer guapa y de buenos modales, nunca se había casado. Quedaba claro que no podía tener hijos, pero la mayoría de los hombres creerían que aquello era más una ventaja que un problema. Aunque claro, Lou tuvo que recordar el rostro de Lukas cuando miraba a su hijo, era como si se le iluminara y seguramente él y otros cuantos hombres pondrían un pero enorme a una mujer que no pudiera darles una familia.

-¿Nos vas a contar, Bárbara? – preguntó Gonzalo antes de cortar un trozo demasiado grande de manzana que se había salido del pavo en su plato. La expresión en su rostro era de completa calma aunque en realidad se moría de curiosidad.

La pelirroja encogió los hombros y miro a su alrededor, con los comentarios del par, la otra mitad de la mesa estaba atenta a lo que ella contaría.

-Bueno, cuando era joven, hace ya mucho tiempo… - Lou la miró como reprochándola, pues sabía que la mujer tenía los 50 años recién cumplidos. – yo siempre viví en México, me parecía muy bonito y era mi hogar, de cualquier modo, tuve que estudiar la universidad en Guadalajara. La ciudad tiene mucho movimiento, hay muchos edificios y muchos autos a toda hora y por donde se mire. Es bonito y es grande, si uno encuentra una zona relativamente cerca de la playa, no hacen falta más de treinta minutos para estar en la orilla del mar.
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Para cuando estuvimos en el noveno semestre entró en la universidad un tipo alto, delgado, no te miento – miró a su sobrina y le apuntó con el dedo índice mientras daba otro sorbo a su copa de vino tinto ya casi vacía. – era guapísimo. Era como uno se imagina a los argentinos… tenía una manera muy particular de decir las cosas sin darle demasiadas vueltas al asunto. Le gustaba el país y se había ido de intercambio. Tenía el acento tan marcado que a veces a uno le costaba trabajo entenderle si hablaba muy rápido. Pasó poco tiempo antes de que éste otro muchacho del que yo era amiga se pusiera a contarle como se manejaban las cosas en la uni. Al argentino le causo gracia y cada vez comenzó a hacer más amistad con mi amigo.

-¿Cómo se llamaba? – preguntó Lou tímidamente pero curiosa.

-Santiago. – Bárbara sonrió - No recuerdo si fue después o antes de uno de los parciales…éste hombre tenía problemas con un maestro y necesitaba que le ayudáramos a estudiar. No entendía nada y ni mi amigo ni yo entendíamos cómo era que no entendía, si las cosas en derecho se manejan por reglas y leyes que uno memoriza y punto.
Al final, se fueron como siempre a mi apartamento y allí estudiamos. El condenado se sabía todo de memoria, algunas veces se hacía el tonto y preguntaba alguna que otra cosa, pero en general no parecía necesitar ayuda. Cuando mi amigo se iba me pidió que saliera con él. – la pelirroja se sonrojo, aunque Lou no supo si era por el alcohol o por el recuerdo. – Le dije que lo haría si aprobaba con cien la materia.

-¿Y entonces? – Gonzalo estaba más interesado que Lou en la historia de su tía. – No aprobó con cien, ¿verdad?

Bárbara sonrió y sacudió la cabeza.

-Aprobó la materia con noventa y seis. – sonrió. – me había dicho que lo esperara un momento después de que nos dieron los resultados y se metió a la oficina del maestro. No hace falta que lo diga, ese profesor era un completo imbécil, incompetente y se corría el rumor que engañaba a su mujer; en fin, lo esperé un rato y salió con un papel en las manos, se veía confiado y risueño.

-Espera, ¿Cómo era? – dijo la concuña de Mari, en ese momento ya toda la mesa había volcado su entusiasmo y atención sobre la pelirroja.

-Ah, ya se los he dicho… Era alto, delgado, atlético…nada que ver con ustedes – miró a los futbolistas sentados ante la mesa -, a él le gustaba más el tenis. Era rubio y casi siempre llevaba el cabello largo, desarreglado, pero se veía muy bien. Tenía ojos azules y la piel muy clara, con el cabello del tono rubio oscuro que tenía, cuando lo llevaba largo y le caía en la cara se veía hasta más joven. – le explicó a la mujer de cabello oscuro y siguió contando su historia con especial atención al par frente a ella. – El maestro le había dado un punto extra por haber contestado en tiempo record un examen oral.

La gente en la mesa se rio un poco mientras la mujer volvía a tomar de su copa. Mari comenzó a preguntarse si le haría efecto el alcohol.

-Al final tuve que salir con él. Fuimos a cenar y fue todo un desastre. Nos calló una tormenta encima y para cuando volví a mi apartamento llevaba su chaqueta puesta y él estaba empapado.

-¿Y volvieron a salir? – preguntó el hermano de Kaká.

-¡Ah, claro! Nos hicimos novios a las dos semanas. No podía apartarme de él por mucho tiempo, siempre tenía ganas de hablarle sobre alguna tontería y él siempre sentía ganas de contestarme con su tono sarcástico que yo odiaba. Fue una relación muy extraña, la única que he tenido. – dijo, ahora se le aguaban los ojos. Lou la examinó con la mirada, de pronto quería que todos se voltearan y la dejaran estar con su tía a solas. En lugar de eso los demás se voltearon a ver mutuamente por un breve instante antes de volver a poner sus ojos en la pelirroja.

-¿Qué pasó? ¿Por qué terminaron? – dijo Mariana, que era la única a la que Lou no mataría por hablar en esa situación.

-No lo hicimos. – dijo Bárbara. – Al final del año, él tendría que volver a Buenos Aires y no se iría solo. Me pidió que fuéramos a casa de mis papás, tus abuelos – le dijo a Lou directamente –, quería pedirles que nos dejaran casarnos. Yo ya había terminado mi carrera y estaba en buena edad para casarme, pero nunca pasó. Íbamos en la carretera a Monterrey cuando algo pasó, Santiago perdió el control del carro y chocamos. Cuando desperté estaba en el hospital y de él ya no quedaba nada. Sus restos fueron cremados y llevados de vuelta a Argentina. Yo estuve en coma un par de semanas, las heridas eran más graves de lo que pensé. Pronto me dijeron los médicos que el daño era irreversible, un trozo grande de metal me había atravesado el vientre. – las mujeres en la mesa aspiraron aire con fuerza al escuchar eso. Lou por fin entendió muchos por qué de su tía. – Tuvieron que quitarme la matriz para salvar otros órganos más importantes. Perdí mucha sangre y me quedé en coma. No pude ir al funeral. Pero me alegro. Hubiera sido peor. – Bárbara sonrió a todos, los ojos ya no le brillaban a causa de las lágrimas. Estaba feliz y se notaba.

-¿Estas feliz? – se atrevió a preguntar Mariana. Kaká puso su mano sobre la de su esposa.

-Sí. Tengo, después de todo, una hija. – Miró a Lou. – ¿No es así?

Lou sonrió y sintió ganas de llorar, pero se limitó a asentir y apresurarse a ir al lado de su tía y darle un fuerte abrazo, animando de nuevo a la gente alrededor, ahora Kaká tomaba una foto al par mientras que su hermano ayudaba a Mari a ponerse de pie cuando Lou la urgía a que se acercara.

-Pero, se te olvida la rara de la familia. – le dijo a Bárbara con buen humor. La pelirroja vio a Mari con su cabello castaño oscuro suelto y cayendo sobre sus hombros, la abrazó también y Kaká continuó tomando fotos.


La cena terminó entre bromas y flashazos de las cámaras. La noche era joven y nadie parecía aún dispuesto a irse a dormirse. 

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